En la 80 edición de las Medallas CEC tenemos la gran alegría de contar con el veterano actor Manuel Zarzo como Medalla de Honor. La Gala de este año tendrá lugar el próximo 3 de febrero y en las próximas semanas os iremos contando más detalles de la Gala, premiados y nominados.
Manuel Zarzo en palabras de José Luis Sánchez
Nacido el 26 de abril de 1932, en la Colonia de los Carteros, del madrileño barrio de Ventas, es hijo de un albañil y una comadrona. “Descubrí mi vocación muy joven. Me llevaban al teatro de pequeñito y a mí me gustaba; además cantaba bien, recitaba en el colegio…”, recuerda. Se llama en realidad Manuel López Zarza, aunque decidió masculinizar su apellido, para hacerlo más original, cuando inició su singladura, primero en compañías de teatro ambulante. Entre bambalinas se convirtió en el primer novio de la después archifamosa Lina Morgan. “Pero entonces eso no quería decir nada, sólo que nos dimos algún beso fugaz”, matizaría en una entrevista.
Debutó en el cine en 1951 con Día tras día, de Antonio del Amo, pero su trabajo no le abre las puertas de la industria, así que Manolo Zarzo regresa a las tablas, hasta que unos años después le vuelven a requerir para la gran pantalla, en títulos como Sierra maldita, El pescador de coplas y Saeta del ruiseñor. Desde ese momento no para, con años de siete u ocho filmes, entre los que destacan comedias, como Suspendido en sinvergüenza, Las Ibéricas F.C. o Ahí va otro recluta, y sobre todo spaghetti westerns, como Siete pistolas para los MacGregor, El sheriff no dispara o Un tren para Durango. No faltan en su filmografía clásicos como Nuevo en esta plaza, Los guardiamarinas o El día de los enamorados. Trabajó con Carlos Saura en Los golfos y Llanto por un bandido, los dos primeros largometrajes del aragonés, mientras que Mario Camus le brindó sus trabajos más recordados, el gerente del café, Consorcio López, en la inolvidable La colmena, y el doctor, Don Manuel, en la excelente Los santos inocentes.
Pedro Almodóvar le convirtió en sacerdote en Entre tinieblas. “Lo paso mal cuando veo una película y voy dándome cuenta de que la mayoría de mis compañeros actores han muerto”, confiesa. “Me provoca tristeza y amargura. Hay películas en las que solo quedo yo vivo, es la leche”.
Ha rodado Secuestro bajo el sol, con Jean-Paul Belmondo, Un atraco de ida y vuelta, con el mismísimo Edward G. Robinson, y Striptease, con Terence Stamp. En septiembre de 1960 vivió un episodio que parece propio de una película. Se acercaba a la Dirección General de Seguridad, situada en la madrileña Puerta del Sol, con el fin de obtener un visado, para viajar a Roma, donde tenía que rodar una superproducción. En la cercana calle Carretas se había desatado un incendio en unos grandes almacenes. Entonces vio que una dependienta se arrojaba desde un balcón para huir de las llamas. Para evitar que se estrellara contra la calzada, se colocó debajo para sujetarla con los brazos, y aunque salvó la vida de la muchacha, el golpe lo dejó en coma. Permaneció varias horas en estado clínicamente muerto, pero después se recuperó, aunque tuvo que estar escayolado durante varios meses. Durante su convalecencia recibió la peor de las noticias, una de sus hijas, de apenas dos años de edad, había fallecido como consecuencia de la bronquitis.
Por suerte, la profesión demostró el afecto que sentía por Manolo Zarzo en ese terrible momento.
El realizador Ramón Fernández retrasó el rodaje de Margarita se llama mi amor, para que pudiera incorporarse, y varias estrellas del cine español, con Concha Velasco y Tony Leblanc a la cabeza, le rindieron un homenaje público. Divorciado de su primera mujer, María Luz Cañizares, el matrimonio tuvo tres hijos, Manuel, Flavia y David, los dos últimos también actores. Después se unió a Pilar, madre de sus otros dos retoños. Los televidentes españoles le recuerdan por numerosas series, como Juncal, El súper o Servir y proteger.
“Me he cuidado, no he fumado, no he bebido y he tratado bien mi cuerpo”, explica en una entrevista cuando le preguntan por su asombrosa longevidad. “Todavía conduzco, aunque me he puesto gafas para leer. He montado a caballo, jugado al fútbol… No he tenido tiempo de ser golfo ni he caído en las trampas en las que cayeron otros compañeros, que les dio por beber”. A una avanzada edad, todavía espera su gran papel. ”Ojalá me pase como a algunos secundarios estadounidenses, que a una edad avanzada les han dado su gran oportunidad”, confiesa.