Michael Haneke llega a Sevilla
Segundo día de proyecciones en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, que poco a poco comienza a engrasarse. Si en el día de ayer se presentaron nombres como Marqués-Marcet, Mundruczó y Östlund; esta segunda jornada ha estado protagonizada por Algo muy gordo, The Constitution, Ava; y dos de los grandes nombres del cine europeo más reciente: Andrey Zvyagintsev y Michael Haneke, que traían a la sección EFA Loveless y Happy End, respectivamente. Día irregular de nuevo en el que la gran sorpresa ha sido Ava, el debut de Léa Mysius con una propuesta pequeña y sencilla.
Algo muy gordo: fallido falso documental cómico que no consigue hacer reír
La primera propuesta del día nos llegaba de la mano de Carlo Padial, y protagonizada por el humorista convertido a actor, Berto Romero. Una comedia de falso documental sobre un fallido rodaje cinematográfico en el que fingían participar todos los involucrados en esta obra era el punto de partida. Irónico cuanto menos que al igual que ese metacine que introducen en la cinta, Algo muy gordo termine convertida en un despropósito de principio a fin, sin apenas momentos divertidos, y que además se hace eterna. Por salvar algo de esta quema, la cinta muestra el lado más humano de un Berto Romero empeñado en sacar adelante ese falso rodaje, a pesar de todos los inconvenientes que surgen a lo largo de la cinta. Una película olvidable de principio a fin, pese al siempre curioso discurso meta-cinematográfico.
Ava: una voz femenina a reivindicar
Desde Francia nos llegaba Ava, la ópera prima de Léa Mysius presentada con gran éxito en la pasada Semana de la Crítica de Cannes. Con la premisa de narrar el despertar sexual de una chica de trece años que además se está quedando ciega, la joven cineasta francesa nos regala una auténtica joya que funciona como las olas en la orilla: por pura inercia. Sin apenas pretensiones ni grandilocuencias, hay algo en la intimidad de Ava que consigue convencer y conquistar al espectador durante todo su metraje, provocando que el personaje protagonista se quede contigo mucho tiempo después de finalizar los créditos. Es precisamente este enfoque intimista el que más interés genera de cara a los futuros proyectos que aborde su directora, que de seguir por este camino, estoy totalmente convencido que será una de las grandes voces femeninas a reivindicar en los próximos años.
Visualmente, Ava es una cinta bellísima en sus planos y aún más en su paleta de colores. Con la arena de playa y el mar de fondo, la pantalla se inunda de unos tonos azulados y amarillentos que se complementan a la perfección. Un auténtico deleite naturalista para los ojos del espectador. Y si hay algo que de verdad sorprende y redondea la propuesta es su protagonista, una novata Noée Abita que posee una frescura en sus gestos comparable a la exhibida por una de las últimas sensaciones francesas: Adèle Exarchopoulos. Decía la protagonista en un momento de la cinta que lo que más miedo le da de perder la visión es haber visto solo fealdad en su vida. Gracias a Ava, los espectadores podemos estar seguros de haber presenciado algo bello y significativo durante al menos los 105 minutos que dura su metraje.
Loveless: llegó Zvyagintsev a enamorarnos «sin amor»
Con el reclamo de ser la última ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes, Sin Amor (Loveless) llegaba a la capital hispalense con las expectativas por las nubes. Y al contrario de lo sucedido en el día de ayer con The Square, la Palma de Oro de Östlund, la cinta rusa de Andrey Zvyagintev si que consigue defender su estatus de ganadora, siendo una dignísima merecedora del premio en el festival por excelencia.
Con el pretexto de una pareja en vías de divorcio, Sin Amor (Loveless) es un crudísimo drama familiar que se aventura a explorar los efectos que esas desastrosas relaciones de pareja tienen en los hijos. Para ello, la cinta no titubea en presentarnos a unos protagonistas de lo más despreciables en su faceta de progenitores, empeñados en rehacer su vida cuanto antes y sin importarles lo más mínimo la existencia de un hijo al que criar. Es esa crueldad e indiferencia hacia el hijo la que provoca el conflicto de la película: la desaparición del niño y su posterior búsqueda. Inmejorables las actuaciones de ambos progenitores, interpretados por Maryana Spivak y Aleksey Rozin; acompañados de igual manera por un par de secundarios que se permiten brillar en alguna que otra escena, como la abuela materna o la nueva pareja del padre, una Marina Vasylieva sin apenas experiencia previa pero que se come la cámara en cada plano que aparece, dándole el toque de dulzura a una película repleta de rudezas.
El director ruso se las apaña de la mejor manera imaginable para fabricar un círculo perfecto cuyo desenlace queda lo suficientemente abierto como para entablar diálogo con un espectador que se verá obligado a darle un final a la cinta, de acorde a sus propias experiencias, terminando de armar el puzzle mediante su individual sentido de la moralidad. La película, elegantísima en sus formas, se permite además el lujo de envolver todo este drama situado en la Rusia más actual, en un auténtico cuadro de azules y grises que te transportan directamente a esa atmósfera fría y repulsiva en la que se mueven como pez en el agua unos protagonistas sin corazón. Ayuda con precisión milimétrica una banda sonora discreta y dulce que se limita a lucir en los momentos claves del filme. Loveless se convierte por méritos propios en la gran película de lo poco que llevamos de festival, a una gran distancia de sus rivales. Cuando el director apunta con su cámara, siempre da en el blanco.
The Constitution: mezcla de drama y comedia que termina por empalagar
Con el punto de mira fijado en cuatro vecinos de un mismo edificio que se evitan los unos a los otros debidos a sus diferencias ideológicas respecto a diversos y variados temas, la cinta croata divide sus excesivos y descarados esfuerzos para gustar en demasiados personajes, presentándonos múltiples historias que terminan por no tener la suficiente fuerza individual como para formar un retrato completo de la Europa más variopinta. Presentada por uno de sus productores como «una historia de amor sobre el odio», The Constitution ni siquiera alcanza la claridad suficiente como para establecer sus objetivos, derivando de un personaje a otro con el único pretexto de agradar al espectador. De entre las historias, la única que por contexto y por mensaje puede llegar más al público en una época como la actual es aquella que envuelve algo ya clásico en el Festival de Cine Europeo, la temática LGTB. Un film completamente prescindible y fácilmente olvidable, al que quizás le haya jugado una mala pasada ir detrás de la enorme y redonda obra rusa.
Happy End: un barco encallado que consigue llegar a la orilla, a contrarreloj
Otro de los grandes nombres, ya no solo del cine europeo, sino del cine con mayúsculas, Michael Haneke, llegaba a Sevilla para presentar su última y arriesgada propuesta. Happy End, una suerte de cinta sobre el uso de la tecnología en la actualidad, sorprende por ser de todo menos una película de esas a las que Haneke tiene acostumbrados a sus seguidores. Empeñado en relatar un discurso tecnológico que ni le pertenece ni le funciona, el director alemán compone un batiburrillo de ideas inconexas que no consiguen siquiera interesar o entretener al espectador hasta bien entrada su segunda parte. Y quien dice segunda parte, dice el tercer y último acto de la película.
Es en este tercer acto donde uno de los personajes hasta el momento desaprovechado por la propia película, irrumpe con fuerza para hacerla suya, consiguiendo rascar un aprobado de última hora que sabe a sobresaliente para una obra tan perdida en la mayoría de su metraje como resulta ser esta Happy End. Con alguien como Isabelle Huppert en el reparto, sería fácil pensar que es ella la encargada de salvar el barco, pero nada más lejos de la realidad. La encargada de liderar ese último y magnífico tercer arco de la cinta no es otra que Fantine Harduin, una desconocida chica de 13 años de edad que se echa la película a las espaldas, puede que sin ni siquiera saberlo, y consiguiendo hacer olvidar a los espectadores gran parte del desastre anterior. Junto a ella, brilla un Jean-Louis Trintignant en el papel de abuelo. Pese a las pocas escenas y desarrollo compartidos, consiguen armar una relación nieta-abuelo lo suficientemente valiosa como para quedarse en la memoria del espectador.
Y es ese el gran problema de Happy End, que siendo testigos de un último arco tan bueno e íntimo entre estos dos personajes, no nos puede quedar más que un mal sabor de boca pensando en aquello que podría haber sido la película de haber dedicado todo su metraje a explorar esta relación. Mención especial a esa relación que establece Haneke con otra de sus películas anteriores. Una jugada maestra que ayuda a potenciar el desenlace de Happy End. Quien sabe si algún día al director alemán le dará la picada de ampliar estas relaciones y formar su propio universo. El #Hanekeverso, una locura cada vez más posible.