Querer… ¿es poder?
Hace ya tiempo que el cine de animación dejó de servir a un nicho de público infantil para dar un paso más allá, para replantear ciertas cuestiones y remover conciencias del adulto más descuidado. Al pensar esto, es inevitable que vengan a la cabeza obras como Anomalisa (2015), It´s Such a Beautiful Day (2012) o Perfect Blue (1997), por citar algunos ejemplos variados. El cine de animación para toda la familia, por su parte, también ha evolucionado de cara a ofrecer una doble lectura concreta para cada tipo de espectador. Zootrópolis (2016) o Inside Out (2015) demuestran cómo la misma película puede divertir a prácticamente todos los segmentos de público, valiéndose de elementos dinámicos e interrelacionados.
Con todo, hoy por hoy, la producción patria no ha conseguido emanciparse definitivamente de ese estigma de infantilización del género. Hay excepciones, naturalmente, como las estupendas Arrugas (2011) o Chico y Rita (2010), ambas ganadoras del Goya a mejor película de animación. No obstante, echando un vistazo atrás a la última década y media, las películas de animación con mayor impacto comercial apenas han variado respecto al público objetivo. Y esto no sólo resta reconocimiento internacional, sino que trastoca y frena la creatividad tanto de los estudios incipientes como de los más experimentados.
La realidad de la industria española se divide entre quienes aportan su granito de arena a la producción nacional, y los que explotan su talento en proyectos internacionales. En este último caso, por ejemplo, destacan Grangel Studio o SPA Studios. El primero de ellos, un estudio catalán con más de 25 años de experiencia, ha trabajado en los diseños de personajes de obras tan reconocidas como La Novia Cadáver (2005), El príncipe de Egipto (1998), Cómo entrenar a tu Dragón (2010) o Spirit, el corcel indomable (2002). Con esta última, de hecho, ganaron el Annie a mejor diseño de personajes. Spa Studios, en cambio, ha alternado más entre producciones españolas y extranjeras, como es el caso de Nocturna (2007) o Gru, Mi villano favorito (2010).
En lo que a películas estrictamente españolas se refiere, el panorama está bastante polarizado, si bien el común denominador respecto al público infantil se cumple por mayoría. En este sentido, cintas como El Cid: la leyenda (2003), Planet 51 (2009), Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo (2014) o la propia Nocturna (2007) son obras muy dignas de la animación española reciente. Sin embargo, basta con echar la vista atrás entre las nominadas al Goya en este género para darse con un canto en los dientes: Atrapa la bandera (2015), Las aventuras de Tadeo Jones (2012), Donkey Xote (2007) o Pinocho 3000 (2004) son producciones que adolecen de graves problemas en su guión y en el tratamiento de los personajes, y que, además, están bastante lejos de los estándares de calidad de las grandes obras enfocadas al público infantil.
La animación española, pese a que poco a poco surgen más y mejores proyectos, todavía está lejos de alcanzar a otros países europeos, sobre todo a Francia; tanto a nivel de técnica, como de variedad y vistosidad narrativa. Naturalmente, películas como Pérez, el ratoncito de tus sueños (2004) o el Bosque animado (2001) son necesarias para las audiencias más jóvenes y complacientes, pero un medio con semejante proyección no puede fundamentarse solamente en obras mayoritariamente infantiles. El talento existe y se ha demostrado en un sinfín de ocasiones, pero basta con mirar alrededor para comprobar que no se está competiendo ni en igualdad de condiciones, ni bajo premisas artísticas siquiera comparables. Huir del conformismo y apuntar más alto puede no llegar a ninguna parte, pero al menos habrá servido para demostrar que sí se puede hacer buena animación en España. Otra cosa es que se quiera.