Sobrevivir al descrédito personal
Sobre las segundas oportunidades se ha escrito mucho. Tanto en el cine como en la vida, la ocasión de reafirmarse para con uno mismo y ante los demás no siempre está presente. Sin embargo, algo tendrá el séptimo arte para sacar del lodo a tantísimos cineastas desorientados. La magia del cine, dicen unos. Otros, quizá menos idealistas, lo relacionan con la necesidad de pasar a la posterioridad con el mejor legado posible. Sea como fuere, Mel Gibson (1956) parece haber salido del atolladero con el estreno de Hasta el último hombre, tras más de una década de escándalos y polémicas que lo han mantenido apartado de Hollywood… Pero no de los focos y los titulares pintorescos.
La carrera de Gibson sufrió un importante revés hace apenas diez años. Antes, su gran cartel como actor en la década de los 80, durante la que participó en más de una decena de películas fue acompañado de un gran trabajo como director al frente de obras como Braveheart (1995) o la controvertida La pasión de Cristo (2004). Con todo desde el estreno de Apocalypto (2006), Hollywood no volvería a darle una oportunidad al frente de ninguna producción hasta este mismo año. En una industria gestionada en gran parte por judíos, las palabras antisemitas proferidas por Mel en una de sus múltiples detenciones le retiraron automáticamente el apoyo de los ejecutivos y de buena parte del público, que veía cómo poco a poco se había apagado el fulgor de una de las mayores estrellas del cine estadounidense.
Este hecho fortuito hizo recapacitar a Mel, cierto, pero no menguó su anodina capacidad de meter la pata una vez tras otra. No sólo en sus cada vez más infrecuentes apariciones públicas, sino a través de una vida privada plagada de agresiones verbales y actitudes misóginas. Seguía participando en obras de menor calado, como en Al límite (2010) o Vacaciones en el infierno (2012), pero el protagonista de grandes mitos como Arma Letal (1987), El año que vivimos peligrosamente (1982) o la propia Braveheart (1995) estaba lejos de su mejor nivel.
Tras años de mayor notoriedad en la prensa rosa que en las salas de cine, 2016 ha servido a Mel Gibson para hacer las paces consigo mismo. El estreno de Blood father (2016), en donde interpreta a un ex-presidiario que huye constantemente de su propio pasado, es toda una declaración de intenciones respecto a su voluntad de pasar página. Además, la llegada de su noveno hijo coincide con la buena acogida de Hasta el último hombre, a la que muchos apuntan como favorita para hacerse con el Oscar a mejor película. No se puede decir que esto, por sí solo, justifique una etapa convulsa y repleta de sucesos más que vergonzosos, pero sí que constituye un punto de partida inmejorable. Para gustos colores, cierto, pero en sus pocas apariciones como director, Mel ha demostrado un tesón como cineasta verdaderamente poderoso. El tiempo dirá si sigue o no por este camino.